sábado, 8 de agosto de 2009

Cuento corto ·1. Sobre los fantasmas de la noche.

Amanece mi vida.

Era un 5 de diciembre. Por la ventana de mi hotel circulaba un viento helado invasor venido con dirección al norte como no hube sentido desde el año que se invirtieron los polos. Eran las 4:37 a.m.

Ante la falta de sueño y contra la indicación del psiquiatra disfruté de un expreso cortado con placer adultero y me senté a leer tras esa luz perlada que da a mi tez el tono por el que me reconocen. Fue ahí entre las líneas de mis vicios que encontré su recado.

Los que me conocen realmente dirán que soy hombre de principios pero como quitando los adjetivos solo soy hombre. Hay cosas que simplemente no puedo ignorar. Impelido por mi instinto de sobrevivencia primario, un bosquejo a pluma y un viejo recuerdo tomé el abrigo y salí al viento.

Los pasillos se encontraban vacíos. En la recepción un dependiente soñoliento me miraba con recelo. Un hippie religioso me dijo una vez que la oscuridad se usaba para esconder los propósitos que no deseábamos al descubierto. Me pregunto qué pensaría de esto.

La calle desierta aún oliendo a noche… desde que cambian el horario no se ve clarear. ¡Cómo me molesta eso! Eran 10 pasos hasta el teléfono más cercano. Recuerdo que siempre tuve especial desagrado por los teléfonos conmutados por eso cruce la calle. Y así llegue hasta aquí. Tomó la bocina y maldigo mi suerte ¡es de monedas! En la esquina una farmacia de 24 horas y un cajero saco un billete. Encendedor y cigarros después tengo mi cambio.

Camino apresuradamente. Me detengo nerviosamente junto al poste del teléfono… súbitamente… me incomoda la idea. Mi dignidad me molesta.

Enciendo el cigarro y comienzo a fumar. La incipiente mañana ya sin viento pero helada comienza a decorarse con círculos blancos que corren lentamente y se deforman como una semilla de almendro o se unen como en una cadena de curvas delirante y mortal. Al diablo el resentimiento.

Ahí van las monedas y la rueda… tras tres timbres una voz rasposa me contesta. No me explico por no arrepentirme. No puedo hacerle conversación, me siento incómodo. Le doy la dirección y me devuelvo a la cama más sereno.


Me siento ya medio dormido cuando suena el timbre. De un salto me incorporo. Me dormí o ha llegado demasiado rápido. No diré que no se me ocurrió pero… no esperaba a nadie… que importa. Sacudí la cabeza y eche ojo a la mirilla. La maraña castaña. Ojos grandes. La expresión nerviosa… el dependiente igual de modorro que yo me esperaba. Señor lo busca una señora en la recepción. Conteste secamente –Pásela-


Deje la puerta abierta y me serví un vaso de agua. En la puerta ella atraviesa, sin prisa pero inquieta y me mira. No me dice nada. No le digo nada y cierro la puerta. Pongo el vaso en la repisa (no quiero que me vea nervioso) y la miro. Ella calmada sonríe y al mirarme su pose se relaja. No esta aprehensiva. Ahora me siento divertido. Y solo para molestarla la miro, guardo silencio y hago cara de risa.

Extrañada se levanta. Le impido el paso. Me empuja juguetona pero con intención de advertencia. La tomo de las muñecas y le planto un beso… nos perdemos un momento.

Ella me jala el cuello yo le aprieto la cintura. Se nos van las manos. Ella me afloja el pijama. Le saco la blusa y me devoro sus labios lentamente. Me detengo… la miro. Nunca en mucho tiempo la había visto tan alegre. Tampoco ha dicho una palabra y antes que pueda decírselo me besa.

Sigue siendo la ninfa traviesa de siempre. Sigue siendo feliz en mi piel único lugar que reconoce su hogar. Odio sus medias de seda de señora y adoro lo que le dio el tiempo. Ella odia mis dientes y ama todo lo demás de modo que quedamos iguales.

Me despierta el sonar de la regadera. Son ya las 7 de la mañana. La alarma se enciende y se escuchan las noticias ¡Qué forma tan grosera de profanar el momento! Ella se acerca. Me besa aprovecho que se estira para intentar abrir la cortina y la devuelvo a la cama.

Despierto cerca del medio día pero ella ya no esta. Y no llama. Pregunto al dependiente antes de salir y asegura que por la noche no paso nadie a la casa. Camino a la cocina donde me gusta desayunar y pido lo de siempre. Maldigo pensando en que he soñado el rato más delicioso de los últimos cuatro años, cuando de pronto tropieza mi mano con los cigarrillos. Noto que huelo a baño reciente y sonrío.

No hay comentarios: